"Vivir lo que estamos llamados a vivir, lo más plenamente posible"
Bruce Harris, pintor y artista de grabados en madera, nació y creció en el norte California.
Durante los años setenta practicó Rinzai Zen, primero en Londres, luego en Daishu-in en
Kioto bajo la dirección de Soko Morinaga Roshi, quien le dio orientación por
correspondencia tras regresar a vivir en Francia.
A principios de los años 80, Bruce recurrió al linaje Sanbo Zen, estudiando con Kôun
Yamada Roshi en Kamakura hasta la muerte del Roshi en 1989, luego con su sucesor Ryoun
Yamada en Tokio. A lo largo de los años, ha regresado a Japón lo más frecuentemente
posible, recibiendo la guía vívidamente clara, amable e intransigente de Ryôun Roshi.
Reside en Montpellier, en el sur de Francia, comparte su práctica de una manera sencilla,
con un estilo no-monástico, tanto en Francia y en España, como en los Estados Unidos
(California, Virginia Occidental).
Aquí nos habla de su encuentro con el Zen, especialmente en los años iniciales; su
encuentro con la espiritualidad de los Padres del Desierto; y el vínculo entre el ascetismo y
la experiencia espiritual.
¿Qué te llevó a seguir este camino?
Tres cosas, principalmente, me inspiraron a explorar el Camino Zen.
Primero, la experiencia de lo bello. Crecí en un ambiente donde el arte y la creación se
consideraban de gran valor. Mi padre era pintor y profesor de historia del arte, y mi madre
trabajó con vidrieras y hacía jardines japoneses. Lo que me interesó, más que la producción
de obras de arte era encontrar la fuente de Belleza. En el Zen, descubrí que la experiencia
estética y la espiritual coinciden perfectamente.
Lo segundo que me inspiró tomar el Camino Zen fue la muerte de mi hermano
mayor. Él tenía diecinueve años, y yo doce, cuando murió. De hecho, no fue que yo me
inspirara por este suceso, sino más bien que me sumergí, a pesar de mí mismo, y durante
varios años, en un extraño estado de oscuridad y luz al mismo tiempo. Todos los seres y las
cosas a mi alrededor, incluyéndome a mí mismo, perdieron su significado, se vaciaron de
consistencia. Sin embargo, todo se infundió de una confianza/presencia clara y amorosa.
Claro que a la edad de doce años no entendía lo que esto significaba.
Años más tarde, en los encuentros con los maestros Zen y con los Padres del Desierto (en
particular con el Padre Sophrony) llegué a entender cómo la gracia (Pura Presencia
revelándose en el corazón de toda experiencia) a veces se experimenta "negativamente" como una ausencia, en la forma de oscuridad.
Esto se debe a que nuestro cuerpo/mente
aún no es capaz de contener tal gracia. Es el sello distintivo de cualquier praxis espiritual
válida hacer que el cuerpo/mente humano sea fuerte y suficientemente flexible, o debería
decir lo suficientemente transparente, para recibir la poderosa carga de gracia/despertar y
encarnarlo plenamente. Por lo tanto, la otra cara de esta profunda oscuridad es revelada -
pura luz/conciencia.
Según el Zen, la presencia viva del despertar está brotando dentro de nosotros y brillando
en nosotros desde todos los ángulos, momento a momento. El "arte de la práctica" consiste
en sintonizarnos suavemente, haciéndonos disponibles a este hecho/proceso vivo siempre
presente. En cualquier caso, lo que me preocupaba en esos primeros años era esta
pregunta: "Si todo lo que amamos, personas y cosas, perece inevitablemente ¿dónde está,
entonces, el verdadero amor?"
La tercera motivación para mí se refería a la verdadera paz. A los diecisiete años, me
llamaron a filas para participar en la guerra de Vietnam. Me posicioné como objetor de
conciencia y se me dio la opción de ir cinco años a prisión o abandonar el país. Me fui a
Inglaterra, donde pensé en estudiar Bellas Artes. De hecho, antes de encontrarme con el
Zen, vagué durante un par de años en Irlanda y Escocia, y visité los sitios sagrados de
Grecia e India. Durante este tiempo, sentí con dolor la diferencia entre llamarme a mí
mismo pacifista y estar verdaderamente en paz. Esta contradicción también me llevó a la
práctica del Zen y a la invitación del Zen a "ver directamente en la naturaleza esencial del
corazón humano" la morada de la paz inherente
¿Puedes hablarnos de los primeros años de tu experiencia Zen, especialmente de la
vida monástica en Japón?
Los primeros años de mi búsqueda en el Zen fueron coloreados por el enfoque Rinzai y mi
interés en la vida monástica; primero en Londres, luego en Daishu-in en Kioto, Japón, con
Soko Morinaga Roshi (1925-1995). Mi aventura monástica no fue un gran éxito en mi
opinión, aunque tuvo un impacto duradero en mí. Con el estímulo de Morinaga Roshi, volví
a Francia para cuidar a mi madre hasta su muerte, haciendo de esto el contexto vivo de mi
práctica. Este período duró unos cinco o seis años. Morinaga insistió en que la esencia del
Zen, que es el descubrimiento de nuestra verdadera naturaleza y la expresión de ese
descubrimiento en nuestras vidas, no está necesariamente ligada a una vida monástica. Lo
más importante es poder responder plenamente a lo que la vida nos pide, entregarnos
totalmente en la muerte y al renacimiento de cada momento, según las circunstancias
siempre cambiantes.
Durante mucho tiempo, no pude aceptar su consejo con facilidad. Pero él insistió en sus
cartas, "Vivir lo que tengas que vivir tan plenamente como sea posible, eso es de lo que se
trata el Zen. Ni siquiera con la idea de tener éxito o fracasar, y no por el deber, solo
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entregando tu vida a lo que hay que hacer". De esta manera me acostumbré poco a poco a
lo que se llama Shugyo (práctica de la aceptación en la vida diaria), es decir, enfrentándose
y respondiendo directamente a la situación real de cada día; y por la noche, continuar con
la sentada del Zazen.
También me sugirió que buscara un amigo y guía espiritual, un contemplativo con
experiencia, no necesariamente budista, con quien pudiera hablar abiertamente y que me
acompañara en mi recorrido
¿Así es como exploraste el camino contemplativo cristiano, y conociste, en Inglaterra,
al Padre Sophrony, que había vivido veintitrés años en el Monte Athos y fue discípulo
de Saint Silouane...?
Este encuentro con el Padre Sophrony y la espiritualidad de la Philokalia (el Amor de lo
Hermoso - la enseñanza de los Padres del Desierto) fue un regalo inestimablemente
valioso. El Zen se expresa en el lenguaje de la no-dualidad; el lenguaje de los Padres del
Desierto es el del amor. Al experimentar el camino de la Oración del Corazón descubrí que
estos dos idiomas se complementaban maravillosamente.
Después de la muerte de mi madre, escribí a Morinaga Roshi, expresando mi deseo de
regresar a vivir en su templo. Pero él se negó. Me dijo: "Es más importante que te quedes
meditando cerca de las cenizas de tu madre, preguntándote: "¿Dónde está ella ahora?" y
resolviendo también la pregunta "¿Quién está exactamente de luto?".
En una de sus cartas, hizo una predicción, asegurándome que algún día volvería a Japón
para completar mi entrenamiento Zen. Y eso es exactamente lo que sucedió. Mientras
tanto, me casé y fundé una familia. Vivíamos una vida sencilla en el campo; durante el día
continué con mi arte (grabados en madera), jugué con mis hijos y siempre, por la noche,
me sentaba en Zazen.
Unos años más tarde, en una librería de Londres, me topé con un libro de Yamada Kôun,
quien inició el linaje Sanbô Zen. Me impresionó la claridad de su enseñanza y la dulzura
que emanaba de su ser. A través de sus palabras, Koun Yamada irradiaba a la vez claridad
de visión y calor humano. Sentí que era con él con quien debía continuar estudiando Zen.
Le mostré su foto a mi esposa, que dijo: "Por supuesto que deberías conocer a este
hombre". Así es como fui a conocerlo a Kamakura. Recibir dokusan de Kôun Yamada a lo
largo de los años 80 lo que facilitó y aclaró percepciones anteriores. Y esto ha sido así, en
un grado aún mayor, bajo la transmisión más vigorosa y rigurosa del Dharma de Ryôun
Roshi a lo largo de los años 90, hasta hoy.
Actualmente ¿dirías que has encontrado la respuesta a tus tres preguntas sobre la
belleza, el amor y la paz?
Descubrí que la belleza, el amor y la paz son tres nombres para la misma experiencia
fundamental: el reconocimiento de nuestro propio y más íntimo ser, y el fundamento de
todo lo que es. No son tres experiencias diferentes, sino la fuente y la sustancia de toda
experiencia, vivida directamente dentro de uno mismo, con toda sencillez e inocencia.
¿Por qué se hace referencia al Zen como un camino directo?
El Zen es una de las principales tradiciones no-duales. En este enfoque, se nos lleva
directamente a nuestra naturaleza esencial. Saboreamos el terreno inefable del ser desde el
principio, sin necesitar ningún prerrequisito.
Lo primero es reconocer esta experiencia iniciática, volver a ella una y otra vez, saboreando
y familiarizándonos con ella. Al mismo tiempo, permitimos que el cuerpo y la mente se
sintonicen con este descubrimiento.
Con el tiempo, hay una realineación natural de nuestros pensamientos, palabras,
actividades y relaciones con nuestro amor y comprensión más profundos – el despertar
intrínseco.
¿Puedes hablarnos sobre la manera en la que enseñas?
Sin dejar de ser fiel a los buenos métodos del Zen tradicional - la contemplación (zazen),
presentación del dharma (teisho) y guía individual (dokusan) - trato de compartir la esencia
del Zen de una manera sencilla y directa. Lo importante para mí es que cada persona viva
su vida en plenitud, verdaderamente feliz y en paz.
De una entrevista por Nathalie Calmé